EL FUTURO

 Futuro, según la RAE, es aquello que está por venir y que ha de suceder con el tiempo. El público de los toros, como en cualquier espectáculo, se va renovando generacionalmente por necesidad vital. En el sector se oye últimamente alguna opinión un ápice hiperbólica sobre la aparición de ciertos personajes de mi generación en los tendidos de todas (o no todas) las latitudes de este país. Algunas de estas críticas son un poco exageradas pero invitan a la reflexión. 

¿Qué público queremos? Está claro que el público residual es el que saca adelante las cuentas empresariales y llena los tendidos, el aficionado es minoría en el 95% de los contextos taurinos, pero esa circunstancia es normal y poco alarmante. Lo que realmente debería preocuparnos es encontrarnos con un público "comercial" que ni siquiera va por cierta afición, por intuición estética de la importancia del toreo o porque le llama la atención el espectáculo. Hay una generación entera en ciudades en las que una determinada tribu urbana moderna abunda, que va a los toros por cumplir un estereotipo social y político. En coso del paseo de Zorrilla, mi casa de aficionado, hay una andanada joven en la que solo he tenido el placer de interactuar a dos personas que tuvieran cierto conocimiento o inquietud por adquirirlo, que es igual de trascendente.

 No sabe usted, querido lector, la irritación que me causa ver una caseta de los neoboulangistas de VOX en la puerta de la plaza, y esa irritación está fuera del espectro ideológico, debería causarle el mismo sentimiento a un aficionado que fuera mi némesis política. Este ambiente de Gin Tonic y pulserita de España es soportable en las provincias, pero jamás puede Madrid tener la más mínima semejanza con lo descrito anteriormente.

 El perfecto ejemplo de mi tésis es Bilbao, donde es cierto que la asistencia de público ha sido un problema, sobre todo en los carteles menos rematados de figuras. Sin embargo, la situación sociopolítica de Euskadi, meridianamente diferente a la vigente en tierras castellanas, empuja a la asistencia de un público local que me transmite, aunque quizá sea una tontería, más auntenticidad. La llegada de aficionados de todo el país combinado con un buen número de galos resulta en un gran ambiente de toros. Me encanta Bilbo.

El peligro de que ese ambiente pseudopopular, no necesariamente elitista, sino más bien polarizado y politizado es real, y la política de la empresa a cargo no esta ayudando a la preservación del Pentágono del toreo, como así bautizase el maestro F.F. Román a la catedral de arte de Cúchares. Dicho esto, ojalá que la flamante temporada sea un auténtico éxito artístico y económico.

Gracias.


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